19/4/09

ARMANDO POESÍA

PEATÓN, DIGA NO
Salir, el viento arriba, cualquier mañana de éstas
al día trepidante, izando la paciencia,
insistiendo en los sueños que no se dan y huyen
locamente delante de nuestra suerte perra;
salir, ya mal herido por los informativos
y con el diario en llamas por la chispa de América
--corriendo hacia lo de uno urgentemente solo-,
es un fulero asunto, una ronca vergüenza
escondida en el fondo del manso portafolios,
esa tonta mochila del peatón sin tregua.

Yo peatón, me digo con el pecho golpeado
por las humillaciones sucesivas del día,
digo que yo me digo: hay que hacer algo, viejo,
antes que venga el cáncer y te deje en la vía;
hay que hacer algo pronto y aquí, sin ir más lejos,
hacer, no se qué cornos, empezar la podrida,

porque yo ya no llego ni con la lengua afuera
si no empiezo esta cosa de enderezar la vida,
¡aquí y ahora mismo!, digo, sin dar más vueltas,
asumiendo la bronca feroz de cada día.

¿Qué hacer? ¿Qué hacer, hermano, debajo de la lluvia?
¿Debajo del cemento, donde un perro agoniza?
¿Debajo del gobierno, inerme y ciudadano,
yugando bajo el peso de sus grandes mentiras?
¿Qué hacer? ¿Qué hacer, hermano, lacerado
de afiches donde la coca-cola se mata de la risa?
Hay que encontrar la forma de dárselas con todo
porque a mí no me arreglan ya con otra aspirina;
pero, ¿qué hacer, hermano, debajo de la lluvia
como un desopilante inspector de cornisas?

Yo peatón, culpable de ser la muchedumbre,
yo mismísima culpa, ¡no compro más tranvías!
Digo no. No y a muerte. ¡No redondo y en seco!
¡Y para todo el viaje digo un no cañonazo!
¡Un no en la plena jeta del mercader de Patria!
¡No, hasta que yo no tenga las treinta y tres de mano!

¿Se da cuenta, compadre? Era simple la cosa.
Como dicen los bolches: la libertad se ejerce.
Ya tengo la precisa. Digo no, simplemente,
y se les viene abajo toda la estantería.
Pruebe, compadre, empiece por los no más pequeños:
No a la pequeña burla que casi ni se siente,
diga no a los legales prósperamente oscuros,
a las fotonovelas, al cantante epiléptico;
no al opio venenoso de la TV y la Radio.
Diga no. Es una bomba: ¡y con la mecha ardiendo!

Dígalo en todas partes: en su casa, en la feria,
en la calle, en los trenes, en la cancha, en el viento;
lléveselo al trabajo de modo bien visible
y lúzcalo orgulloso como un pañuelo nuevo,
después, vaya subiendo en grados subversivos
hasta el no más heroico y de cada momento:
no a las persecuciones, a la atroz carestía,
a los golpes de Estado y a los edictos rengos;
no a los yanquis en Cuba (o en cualquier otra parte),
a la guerra asesina en Vietnam, por ejemplo,
a que humillen la sangre como en Santo Domingo
sumando nuestra sangre a sumados ejércitos;

diga no sin tapujos allí donde le cuadre
hasta que se propague por el país entero,
un no como una casa, grande como una casa
donde un día podamos alojar nuestros sueños.

Pero si acaso siente, por el aire, un sonido
como de pueblo andando caudal en su torrente,
si fueran a buscarlo los compañeros río
para Jordán y limo de sus hondas vertientes,
empínese en la honra de la Patria que amamos
y salga a decir sí, sencillamente.



“Zamba de la distancia” de ATG por Mercedes Sosa
“Canción con todos” de ATG por Mercedes Sosa

12/4/09

HAMBRE

Los ojos se le envidriaban y relucían como canicas nuevas en su rostro pálido y andrajoso. Nunca pudo alejarse demasiado de la realidad que le habían impuesto sus pantalones sucios, su camisa a jirones y sus alpargatas deshilachadas de niño cosechador. Recordaba las naranjas, aquel fruto prohibido para los famélicos esclavos de la vendimia. La mano le temblaba al intentar tomar el vaso y tras la carne enjuta, calcinada por el sol de los campos mendocinos, se vislumbraban los huesos carcomidos por la osteoporosis. “Vos no pasaste hambre. No podés entender esa hambre que te lacera, te punza, te tajea, cómo se te retuercen las entrañas y se paralizan y te estrujan y luego uno se desvanece.”.
Los pocos dientes corroídos y amarillentos se me mostraban diciendo: “El olor… el olor de las naranjas, ese elixir me trasportaba lejos de la miseria, del polvo y el aire del basural, del cotidiano sancocho hediondo, de las letrinas y los arroyos putrefactos, de la colonia barata para tapar el sudor.”.
Bamboleaba la cabeza como un títere de mueca torva. Su voz, cascada, agrietada por el zonda, me susurraba que no llorara, que la vida daba revancha…
Pero su hambre ya me había devorado, ya me había fagocitado y ya me había regurgitado.

¿Soja?

¿La Suciedad Rural de la mano de los reaccionarios de siempre me quiere vender una “lucha popular”?

¿Tal vez para esos señores gordos que hoy día están en las rutas al grito de “somos el campo, somos el pueblo”? Pero, ¿son realmente el pueblo?, es decir, ¿son también ellos esos dos millones de desnutridos que ellos, con las toneladas de alimentos que producen, podrían alimentar? ¿No es obsceno plantear así las cosas? (Guillermo Vega, profesor de la UNNE)
¡Qué duro es ver las imágenes por televisión, los piquetes y las cacerolas mientras las almas sin tierra de los campesinos y los indígenas no tienen imágenes, ni piquetes, ni cacerolas que los defiendan! (Dr. Raúl A. Montenegro)

¡Cómo se atreven! ¡Cómo osan vilipendiar la memoria de mi padre! ¡El hambre de tanto pobre! ¡La miseria de tanto hombre!
¿Cómo, sencillamente, no los parte un rayo? ¿O se asfixian atiborrándose de sus riquezas? ¡Miserables payasos farsantes y embusteros! ¡Indolentes parásitos de la vida! ¡Herejes del Universo!
¡Cualquiera hubiera pensado que se venía la reforma agraria! ¡Pero no!


Buzzi lo dijo clarito: “la consigna es desgastar a este Gobierno” (…) ¿Buzzi dijo algo que no supiesen los que defendieron y se plegaron a la lucha del “campo”? (…) ¿Qué tiene de malo reconocerlo? ¿Que “desgastar” es asociable a “golpismo”? (…) Lo que resulta vomitivo es el cinismo de disfrazar esa tarea de opositor activo bajo el antifaz de la mera indignación como “simple ciudadano”. (Eduardo Aliverti)


Pero es como dice Cadícamo: “¿A quién le puede importar el novelón del mal ajeno?”.

Los tornillos se extinguieron.


El Conflicto del Campo sigue: Análisis de Verbitsky y Aliverti
Ahora o tal vez nunca por Eduardo Aliverti

MÉTODO PARA DEMOSTRAR LA EXISTENCIA DEL ALMA

-¡Qué hagan callar ese maldito fonógrafo! –le contestó Samuel.
Entonces Franky Amundsen detuvo la máquina sonora, y se acercó luego al filósofo villacrespense, claro está que seguido de sus dos compinches.
-¿Qué pasa? ¿Qué pasa? –dijo con voz meliflua y palmeando amistosamente la nuca de Samuel como se hace con un gato enfurecido al que se desea calmar.
El filósofo señaló a Lucio Negri con su índice rematado en una uña luctuosa.
-¡Necesito el silencio más absoluto! –exigió-. Estoy tratando de sorprender en este hombre algún vestigio de inteligencia metafísica.
-¿Resultado? –le preguntó Franky.
-Negativo.
-¡Me lo temía!
Retirando sus ojos del diván celeste, Lucio dio señales de querer hablar. Pero Franky lo detuvo con un ademán autoritario.
-¡Silencio! –le ordenó-. Apostaría a que nuestro filósofo se atrevió a mostrar en público la inmortalidad del alma.
-Eso mismo –le contestó Lucio riendo.
-Así es –dijo el señor Johansen, que adivinaba en Franky a un nuevo y poderoso aliado.
Franky Amundsen consideró al uno y al otro con aire pesimista. Luego, volviéndose al filósofo:
-Apostaría –le dijo, señalando a Lucio- a que el joven matasanos acaba de negar públicamente la inmortalidad del alma.
-¿La inmortalidad? –gruñó Samuel-. Ha negado la misma existencia del alma.
-¡Desalmado! –exclamó Franky, tendiendo a Lucio Negri un índice acusador.
Y añadió, mientras paseaba sus ojos nostálgicos por el recinto:
-¡Vientre de tiburón! ¡Pensar que la casa de mis antepasados ha venido a degenerar en este burdel filosófico!
Giró de pronto sobre sus talones, y al enfrentarse de nuevo con el grupo dejó traslucir una expresión fanática.
-Pues bien –dijo misteriosamente-, yo, un ciudadano anónimo, yo, la última porquería del mundo, acabo de descubrir el método infalible para demostrar la existencia del alma.
Voces de asombro y risas incrédulas estallaron en el sector metafísico.
-Sí –aseguró Franky Amundsen-. Cuando algún maldito pagano se atreve a negar la existencia de su alma, sólo nos queda un recurso extremo para demostrarle que la tiene.
-¿Cuál? –preguntó el señor Johansen.

-Rompérsela.
"Adán Buenosayres", Leopoldo Marechal

http://www.literatura.org/Marechal/Marechal.html
http://www.marechal.org.ar/
http://victorian.fortunecity.com/palace/10/

11/4/09

GELMAN

SI ME DIERAN A ELEGIR, YO ELEGERÍA
ESTA SALUD DE SABER QUE ESTAMOS MUY ENFERMOS,
ESTA DICHA DE ANDAR TAN INFELICES.
SI ME DIERAN A ELEGIR, YO ELEGIRÍA
ESTA INOCENCIA DE NO SER UN INOCENTE,
ESTA PUREZA EN QUE ANDO POR IMPURO.
SI ME DIERAN A ELEGIR, YO ELEGIRÍA
ESTE AMOR CON QUE ODIO,
ESTA ESPERANZA QUE COME PANES DESESPERADOS.
AQUI PASA, SEÑORES,
QUE ME JUEGO LA MUERTE.

Juan Gelman





MANIFIESTO

Un ex ex amigo me dijo una vez que “La lucidità ti uccide” (la lucidez te mata). Se supone que lo dijo a manera de halago. Mis años exiguos no alcanzaron a responderle que no era la lucidez lo que me estaba matando sino el mundo infame. Cierto es que la lucidez es peligrosa, que uno suele caer y extraviarse por vericuetos metafísicos, que uno desearía no ver más, ser ciego… Y desarrolla cierta envidia truculenta por los ciegos y después los compadece porque los pobres tienen sus otras capacidades sensoriales mucho más amplificadas… ¡Y qué horror!
¡Lo que hay que ver! ¡Oír! ¡Sentir!

El don de la palabra no parece ser un consuelo para aquéllos que lo tenemos. Es como si no alcanzara, como si fuera imperativa la acción. Aquí cabe la disquisición de si la palabra es acción o no. No viene al caso.


Yo opté por el silencio durante mucho tiempo. Creía que lo que dijera (o escribiera) nada cambiaría. Y por pura desesperación o exasperación, no vale la pena abrir la boca. El deseo de exorcizar los demonios, el odio acumulado, el afán por vomitar las repugnancias del planeta ignominioso, las ansias por incendiar, aniquilar, exterminar, descuartizar y, finalmente, escupir los restos de tanta bestia bruta disfrazada de “intelectual” debe tener un propósito un poco más elevado que el de saciar nuestra sed de mal. Despotricar para sacarnos el veneno que día a día inoculan en nuestras exhaustas pero aún puras almas esos plumíferos sin fantasía, graves, frondosos, pontificadores con la audacia paralizada.… No es suficiente.

¿Qué decir ante una raza deleznable que se empeña en serlo? ¿Qué decir acerca de un mundo vil en donde los valores –palabra poblada de telarañas- se ven como debilidades o falencias?
¿Para qué escribir sensateces en un entorno de insensatos? ¿Para qué escribir sobre asuntos serios si “nada es para tanto”? ¿Para qué hablar con el corazón si la gente lo utiliza para hacerse un asadito?
Tantos espíritus se habrán hecho la misma pregunta. Algunos, obstinados, siguieron en el ejercicio de no doblegarse… Otros, no pudieron más…

Silencio por miedo. Silencio por no molestar. Silencio para no crear discordia. Silencio por dolor. Silencio por cansancio, hastío, hartazgo. Nunca por indiferencia.

¿Entonces por qué el sonido? Quizás por la esperanza cándida e irrisoria de que una chispa encienda algún fueguito… ¡Y para que conste en actas que no hay una sola versión de los Hechos! Porque hay Marianos y Adrianos y Anas y tantos tantos pequeños seres estrambóticos que nos sobrevivirán y serán mejores, más nobles, más puros, más amorosos.


Yo no me acostumbro. No me doblego. No acepto la injusticia. No acepto la indolencia. No callo más. Mi sabia madre decía: “No pasarán”. Puede que suene pretencioso pero mi palabra es mi libertad. Y voluntad me sobra.