12/4/09

HAMBRE

Los ojos se le envidriaban y relucían como canicas nuevas en su rostro pálido y andrajoso. Nunca pudo alejarse demasiado de la realidad que le habían impuesto sus pantalones sucios, su camisa a jirones y sus alpargatas deshilachadas de niño cosechador. Recordaba las naranjas, aquel fruto prohibido para los famélicos esclavos de la vendimia. La mano le temblaba al intentar tomar el vaso y tras la carne enjuta, calcinada por el sol de los campos mendocinos, se vislumbraban los huesos carcomidos por la osteoporosis. “Vos no pasaste hambre. No podés entender esa hambre que te lacera, te punza, te tajea, cómo se te retuercen las entrañas y se paralizan y te estrujan y luego uno se desvanece.”.
Los pocos dientes corroídos y amarillentos se me mostraban diciendo: “El olor… el olor de las naranjas, ese elixir me trasportaba lejos de la miseria, del polvo y el aire del basural, del cotidiano sancocho hediondo, de las letrinas y los arroyos putrefactos, de la colonia barata para tapar el sudor.”.
Bamboleaba la cabeza como un títere de mueca torva. Su voz, cascada, agrietada por el zonda, me susurraba que no llorara, que la vida daba revancha…
Pero su hambre ya me había devorado, ya me había fagocitado y ya me había regurgitado.

¿Soja?

¿La Suciedad Rural de la mano de los reaccionarios de siempre me quiere vender una “lucha popular”?

¿Tal vez para esos señores gordos que hoy día están en las rutas al grito de “somos el campo, somos el pueblo”? Pero, ¿son realmente el pueblo?, es decir, ¿son también ellos esos dos millones de desnutridos que ellos, con las toneladas de alimentos que producen, podrían alimentar? ¿No es obsceno plantear así las cosas? (Guillermo Vega, profesor de la UNNE)
¡Qué duro es ver las imágenes por televisión, los piquetes y las cacerolas mientras las almas sin tierra de los campesinos y los indígenas no tienen imágenes, ni piquetes, ni cacerolas que los defiendan! (Dr. Raúl A. Montenegro)

¡Cómo se atreven! ¡Cómo osan vilipendiar la memoria de mi padre! ¡El hambre de tanto pobre! ¡La miseria de tanto hombre!
¿Cómo, sencillamente, no los parte un rayo? ¿O se asfixian atiborrándose de sus riquezas? ¡Miserables payasos farsantes y embusteros! ¡Indolentes parásitos de la vida! ¡Herejes del Universo!
¡Cualquiera hubiera pensado que se venía la reforma agraria! ¡Pero no!


Buzzi lo dijo clarito: “la consigna es desgastar a este Gobierno” (…) ¿Buzzi dijo algo que no supiesen los que defendieron y se plegaron a la lucha del “campo”? (…) ¿Qué tiene de malo reconocerlo? ¿Que “desgastar” es asociable a “golpismo”? (…) Lo que resulta vomitivo es el cinismo de disfrazar esa tarea de opositor activo bajo el antifaz de la mera indignación como “simple ciudadano”. (Eduardo Aliverti)


Pero es como dice Cadícamo: “¿A quién le puede importar el novelón del mal ajeno?”.

Los tornillos se extinguieron.


El Conflicto del Campo sigue: Análisis de Verbitsky y Aliverti
Ahora o tal vez nunca por Eduardo Aliverti

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