12/4/09

MÉTODO PARA DEMOSTRAR LA EXISTENCIA DEL ALMA

-¡Qué hagan callar ese maldito fonógrafo! –le contestó Samuel.
Entonces Franky Amundsen detuvo la máquina sonora, y se acercó luego al filósofo villacrespense, claro está que seguido de sus dos compinches.
-¿Qué pasa? ¿Qué pasa? –dijo con voz meliflua y palmeando amistosamente la nuca de Samuel como se hace con un gato enfurecido al que se desea calmar.
El filósofo señaló a Lucio Negri con su índice rematado en una uña luctuosa.
-¡Necesito el silencio más absoluto! –exigió-. Estoy tratando de sorprender en este hombre algún vestigio de inteligencia metafísica.
-¿Resultado? –le preguntó Franky.
-Negativo.
-¡Me lo temía!
Retirando sus ojos del diván celeste, Lucio dio señales de querer hablar. Pero Franky lo detuvo con un ademán autoritario.
-¡Silencio! –le ordenó-. Apostaría a que nuestro filósofo se atrevió a mostrar en público la inmortalidad del alma.
-Eso mismo –le contestó Lucio riendo.
-Así es –dijo el señor Johansen, que adivinaba en Franky a un nuevo y poderoso aliado.
Franky Amundsen consideró al uno y al otro con aire pesimista. Luego, volviéndose al filósofo:
-Apostaría –le dijo, señalando a Lucio- a que el joven matasanos acaba de negar públicamente la inmortalidad del alma.
-¿La inmortalidad? –gruñó Samuel-. Ha negado la misma existencia del alma.
-¡Desalmado! –exclamó Franky, tendiendo a Lucio Negri un índice acusador.
Y añadió, mientras paseaba sus ojos nostálgicos por el recinto:
-¡Vientre de tiburón! ¡Pensar que la casa de mis antepasados ha venido a degenerar en este burdel filosófico!
Giró de pronto sobre sus talones, y al enfrentarse de nuevo con el grupo dejó traslucir una expresión fanática.
-Pues bien –dijo misteriosamente-, yo, un ciudadano anónimo, yo, la última porquería del mundo, acabo de descubrir el método infalible para demostrar la existencia del alma.
Voces de asombro y risas incrédulas estallaron en el sector metafísico.
-Sí –aseguró Franky Amundsen-. Cuando algún maldito pagano se atreve a negar la existencia de su alma, sólo nos queda un recurso extremo para demostrarle que la tiene.
-¿Cuál? –preguntó el señor Johansen.

-Rompérsela.
"Adán Buenosayres", Leopoldo Marechal

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