11/4/09

MANIFIESTO

Un ex ex amigo me dijo una vez que “La lucidità ti uccide” (la lucidez te mata). Se supone que lo dijo a manera de halago. Mis años exiguos no alcanzaron a responderle que no era la lucidez lo que me estaba matando sino el mundo infame. Cierto es que la lucidez es peligrosa, que uno suele caer y extraviarse por vericuetos metafísicos, que uno desearía no ver más, ser ciego… Y desarrolla cierta envidia truculenta por los ciegos y después los compadece porque los pobres tienen sus otras capacidades sensoriales mucho más amplificadas… ¡Y qué horror!
¡Lo que hay que ver! ¡Oír! ¡Sentir!

El don de la palabra no parece ser un consuelo para aquéllos que lo tenemos. Es como si no alcanzara, como si fuera imperativa la acción. Aquí cabe la disquisición de si la palabra es acción o no. No viene al caso.


Yo opté por el silencio durante mucho tiempo. Creía que lo que dijera (o escribiera) nada cambiaría. Y por pura desesperación o exasperación, no vale la pena abrir la boca. El deseo de exorcizar los demonios, el odio acumulado, el afán por vomitar las repugnancias del planeta ignominioso, las ansias por incendiar, aniquilar, exterminar, descuartizar y, finalmente, escupir los restos de tanta bestia bruta disfrazada de “intelectual” debe tener un propósito un poco más elevado que el de saciar nuestra sed de mal. Despotricar para sacarnos el veneno que día a día inoculan en nuestras exhaustas pero aún puras almas esos plumíferos sin fantasía, graves, frondosos, pontificadores con la audacia paralizada.… No es suficiente.

¿Qué decir ante una raza deleznable que se empeña en serlo? ¿Qué decir acerca de un mundo vil en donde los valores –palabra poblada de telarañas- se ven como debilidades o falencias?
¿Para qué escribir sensateces en un entorno de insensatos? ¿Para qué escribir sobre asuntos serios si “nada es para tanto”? ¿Para qué hablar con el corazón si la gente lo utiliza para hacerse un asadito?
Tantos espíritus se habrán hecho la misma pregunta. Algunos, obstinados, siguieron en el ejercicio de no doblegarse… Otros, no pudieron más…

Silencio por miedo. Silencio por no molestar. Silencio para no crear discordia. Silencio por dolor. Silencio por cansancio, hastío, hartazgo. Nunca por indiferencia.

¿Entonces por qué el sonido? Quizás por la esperanza cándida e irrisoria de que una chispa encienda algún fueguito… ¡Y para que conste en actas que no hay una sola versión de los Hechos! Porque hay Marianos y Adrianos y Anas y tantos tantos pequeños seres estrambóticos que nos sobrevivirán y serán mejores, más nobles, más puros, más amorosos.


Yo no me acostumbro. No me doblego. No acepto la injusticia. No acepto la indolencia. No callo más. Mi sabia madre decía: “No pasarán”. Puede que suene pretencioso pero mi palabra es mi libertad. Y voluntad me sobra.

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